lunes, 7 de enero de 2008

DECIR

por Marcos


Supongo que
comprendo porque ya estoy afuera, porque estamos afuera (hay un adentro que es el deslumbramiento, la sonrisa en silencio o decir cualquier cosa, la mano perdida en la espalda; hay un afuera que es entender y ya no decir nada: besar el desencanto). Pero el pasaje no es inmediato, sino que se da en etapas, lo que hay para decir se reduce con los días: la espontaneidad cae, se bloquea la alucinación, las palabras, cuidados, placeres. Es el revés del inicio. La conversación como un flujo intenso que daba vueltas, te apuraba, volvía, te apretaba allí donde dabas respuestas nuevas; la charla acorralaba, abrazaba, se retorcía anticipando la piel y el roce tibio.

El diálogo era una forma de comprobación, un tanteo lujoso, una verificación que giraba alrededor de un tironeo sugestivo. Una forma de apuesta sobre una mesa invisible, una invitación a que las frases, puntas de lanza de la aproximación, dejen lugar paulatinamente a intermitencias físicas: las manos, los hombros, el pelo, la boca. Estar bien era una proyección sencilla del uno sobre el otro, pero siempre medida, cautelosa (¿Narcisismo cobarde?). Ahora, estar afuera (mal) es tener la almohada rellena de vos, morder el borde de los días y dejarle las marcas de los dientes, fingir que no sé en qué andas, ahogarse en poemas-terapias, catarsis bastante torpe.

¿Qué te iba a decir?... Eso es lo que digo cuando no hay nada que decir, largaste sin rodeos ni más aclaraciones. Lo comprendo, estoy tranquilo, nada que decir, lo entiendo, no hay pánico, no, ni desesperación que una mi destino a los desterrados y vejados por la historia de la humanidad. (¡Estoy perdido, completamente, lo se!). Es muy simple supongo, cuando ya no hay nada que decir, cuando la marea baja, sale a relucir lo áspero de la piel: despojos, trenes descarrilados, desperdicios, malentendidos, sangre. La basura de la relación, si hay tal cosa, ahora se vuelve visible y lastima la vista verla flotar en la costa.

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